Miró el reloj una vez más. Lo esperaba hacía media hora y todavía no había rastro de él por ninguna parte. Lo espero quince minutos más si no, me voy a la mierda se dijo a sí mismo. Le hizo señas a la moza que no lo vio. Tamborileó los dedos contra el vidrio de la ventana, llamándole la atención. Ella noto su gesto y se acercó hasta su mesa. No se había dado cuenta lo joven que era hasta que la tuvo de nuevo frente a frente.
-¿Me traes un cortado
en jarrito? Ah y ya que estás ¿me vaciás el cenicero? O sabes que mejor, ¿no tenés
uno de vidrio?
- No señor, son los
únicos que tenemos.
-Bueno no te hagas
problema.
-Ya le traigo el
café.
Estos ceniceros dan
lastima, pensó mientras se prendía otro cigarrillo. Son unas miniaturas, 5
puchos y ya están que explotan. Para colmo están hechos de metal y plástico,
dejan olor a pescado muerto y las colillas medio encendidas. ¡Qué vergüenza! Todos los ceniceros tendrían
que ser de vidrio. Tiro las cenizas al piso con el dedo índice y jugó con el
filtro deslizando su pulgar de arriba hacia abajo. Levantó la vista y vió a Maicedo. Llevaba traje gris, corbata
roja y gafas oscuras. El maletín en la mano izquierda y el brillo del reloj
importado de vaya uno a saber que rincón del mundo.
-Perdona por la
espera, che. – dijo Maicedo, acercándose a la mesa.
-Perdón las pelotas
-Se me hizo tarde y
no tenía forma de llegar, vos sabes lo que es el centro. ¿Ya te leíste todos los
diarios?- esbozó una sonrisa. Tenía los dientes más blancos que la porcelana.
Apoyó el maletín en el suelo y se derrumbó sobre la silla.
-No te hagas el
gracioso, sabes que no leo estos pasquines.
La moza interrumpió
la conversación trayendo en la bandeja, sucia y gris, el cenicero y el cortado.
Lo apoyó enfrente de Ledesma y miró a Maicedo.
-¿Un machiatto en
jarrita, puede ser? –dijo Maicedo.
-Ya se lo traigo-
Se alejó al instante
como un fantasma. Los mozos siempre son algo fantasmales, nunca nadie se
acuerda de ellos, aunque esta si que era linda.
-Para cuando decís que
esta el “trabajito”.- dijo Maicedo
-Ah, te gusta ir a
los bifes. Mira vos. ¿Y si ahora te hago esperar yo?
-Entonces no te pago
una mierda y se acabó el tema.
-Mira pelotudo-rompe
dos sobrecitos de azucar y revuelve la taza- Yo soluciono quilombos.-Toma un
sorbo- ¡Vos me llamaste a mí!, Ojo con lo que decís.
-Bueno, bueno. Para
cuando decís entonces.
-Para el fin de
semana
-Pero estamos a lunes,
Ledesma.
-Si ¿y? Vos me
hiciste esperar, ahora te jodes. ¿Trajiste la guita?
-Acá está- patea el
maletín por debajo de la mesa- llamame cuando termines.
-Ok, pagás vos.-dijo
Ledesma mientras se levantaba.
Agarro el maletín y salió
a la avenida. Se subió al auto y encaró rumbo a su casa. Antes de llegar
decidió que iba a almorzar afuera, mejor dejo las compras del super para la
tarde, no quiero ponerme a cocinar antes de ordenar y con el hambre que tengo
me voy a comprar medio supermercado se dijo a si mismo.
Manejo hasta una
cantina cerca de su departamento. La comida siempre era rica y fresca. La única
cagada era que no tenían mesas afuera, por más sugerencias que le hiciese a
Tito. Son temas legales Ledesma, yo pongo la mesa afuera y vienen y me
clausuran el local, y ahí decime ¿quién te va a cocinar entonces? Tenía razón
el viejo. Entró y se sentó en su mesa de siempre, ¿Qué haces Quique? ¿Qué hay
hoy? Dale, tráeme el pastel de papa. Si, Light, como siempre. Y bueno en algo me
tengo que cuidar. Jugó con un escarbadientes pasándolo de mano a mano, paleando
la ansiedad del no poder fumar. Miró la televisión
suspendida en el rincón superior derecho de la cantina. Atlanta-Morón. Esto no
es futbol, pensó. Es una broma de mal gusto. Puro pelotazo, ni dos pases
seguidos. Miralo al dos. Si le ponés una media de cada equipo se caga a patadas
él solo. Gracias quique. Si, estaba riquísimo. Te deje la plata en la mesa, nos
vemos.
Siguió su día según
lo que había planeado. Fue al supermercado. De góndola en góndola llenó el
changuito para toda la semana. Una vez en su departamento ordenó todos los
comestibles de forma puntillosa en la heladera. Se sentó en la mesa de
algarrobo. Se paró en busca de los cigarrillos, abrió la ventana de par en par,
agarró el cenicero y volvió a la mesa.
Le quedaba toda la semana por delante, era lo bueno de trabajar de forma
independiente. Ya había hecho la investigación que Maicedo le había encargado.
Sabía todos los movimientos de su futura víctima. Tenía horarios fijos, vivía
solo, trabajaba solo, frecuentaba los mismos cafés y cada viernes iba a la última
función del cine Atlas, cuando salia tomaba unas copas en el bar de turno y
volvía a su departamento del bajo Belgrano.
La semana transcurrió
como las hojas que caen en otoño y el viernes llegó sin prisa. Estaba
minuciosamente planeado. Asistió a ver “Nada es lo que parece” sin sacarle la
nuca a su perseguido, dos filas por delante de él. Terminó la película y lo
siguió hasta el bar de cabecera. Se sentó en una mesa. Siempre manteniendo la
distancia. Decidió pagarle las bebidas, es lo mínimo que puedo hacer, se dijo.
Llamó al mozo y le dijo que le cobrara todos los tragos que el hombre de
sobretodo negro y pelo canoso de la barra ordenará y que cuando quisiera pagar
se negaran a aceptar su dinero, insistiéndole en que era un regalo de la casa.
Apuró el whisky de un
trago mientras lo observaba. Decidió dejarlo solo por un rato, era un tipo de
rituales, de esos que no dejan un cabo suelto, cuando se sintiera lo
suficientemente borracho como para dormir se iba a ir derechito a la casa.
Salió a la calle. Se
subió al auto y agarro Blanco Encalada hasta Libertador. Esperó protegido por
la oscuridad de la medianoche y los pocos faroles que alumbraban la cortada en
las que el perseguido vivía.
Lo vio llegar y
tanteo el revolver en su cintura. Hizo girar el tambor y se apuró a encararlo
antes de que baje del auto. ¡Eh Benítez! Miro su inexpresiva cara de borracho
mientras bajaba. El tren de carga de la una de la madrugada pasaba detrás de
ellos. ¿Quién es usted? Empuño el revolver con su mano derecha, sintió el frio
del metal en el pulgar y pudo reconocer su latido mientras presionaba el acero
del revolver corto. Maicedo te manda saludos. Un solo disparo en el centro del
pecho quedo amortiguado por el ruido del tren .El cuerpo de Benítez tirado en
la vereda y la sangre haciéndole de alfombra. Encendió un cigarrillo mientras
miraba su reflejo en el suelo ensangrentado. Sintió el gusto de la pólvora en
su boca. Sintió las náuseas de haber quitado otra vida. Sintió el peso del mundo
cayendo sobre sus hombros. Sintió el destino de todos los hombres que había
borrado del mapa. No tuvo el coraje de mirarse en ese espejo de sangre cuando apoyo
la magnum en su sien. El tren apaciguo nuevamente el ruido del disparo.
bonaventura