martes, 30 de julio de 2013

El perseguido(r)




Miró el reloj una vez más. Lo esperaba hacía media hora y todavía no había rastro de él por ninguna parte. Lo espero quince minutos más si no, me voy a la mierda se dijo a sí mismo. Le hizo señas a la moza que no lo vio. Tamborileó los dedos contra el vidrio de la ventana, llamándole la atención. Ella noto su gesto y se acercó hasta su mesa. No se había dado cuenta lo joven que era hasta que la tuvo de nuevo frente a frente.
-¿Me traes un cortado en jarrito? Ah y ya que estás ¿me vaciás el cenicero? O sabes que mejor, ¿no tenés uno de vidrio?
- No señor, son los únicos que tenemos.
-Bueno no te hagas problema.
-Ya le traigo el café.
Estos ceniceros dan lastima, pensó mientras se prendía otro cigarrillo. Son unas miniaturas, 5 puchos y ya están que explotan. Para colmo están hechos de metal y plástico, dejan olor a pescado muerto y las colillas medio encendidas.  ¡Qué vergüenza! Todos los ceniceros tendrían que ser de vidrio. Tiro las cenizas al piso con el dedo índice y jugó con el filtro deslizando su pulgar de arriba hacia abajo. Levantó la vista y  vió a Maicedo. Llevaba traje gris, corbata roja y gafas oscuras. El maletín en la mano izquierda y el brillo del reloj importado de vaya uno a saber que rincón del mundo.
-Perdona por la espera, che. – dijo Maicedo, acercándose a la mesa.
-Perdón las pelotas
-Se me hizo tarde y no tenía forma de llegar, vos sabes lo que es el centro. ¿Ya te leíste todos los diarios?- esbozó una sonrisa. Tenía los dientes más blancos que la porcelana. Apoyó el maletín en el suelo y se derrumbó sobre la silla.
-No te hagas el gracioso, sabes que no leo estos pasquines.
La moza interrumpió la conversación trayendo en la bandeja, sucia y gris, el cenicero y el cortado. Lo apoyó enfrente de Ledesma y miró a Maicedo.
-¿Un machiatto en jarrita, puede ser? –dijo Maicedo.
-Ya se lo traigo-
Se alejó al instante como un fantasma. Los mozos siempre son algo fantasmales, nunca nadie se acuerda de ellos, aunque esta si que era linda.
-Para cuando decís que esta el “trabajito”.- dijo Maicedo
-Ah, te gusta ir a los bifes. Mira vos. ¿Y si ahora te hago esperar yo?
-Entonces no te pago una mierda y se acabó el tema.
-Mira pelotudo-rompe dos sobrecitos de azucar y revuelve la taza- Yo soluciono quilombos.-Toma un sorbo- ¡Vos me llamaste a mí!, Ojo con lo que decís.
-Bueno, bueno. Para cuando decís entonces.
-Para el fin de semana
-Pero estamos a lunes, Ledesma.
-Si ¿y? Vos me hiciste esperar, ahora te jodes. ¿Trajiste la guita?
-Acá está- patea el maletín por debajo de la mesa- llamame cuando termines.
-Ok, pagás vos.-dijo Ledesma mientras se levantaba.
Agarro el maletín y salió a la avenida. Se subió al auto y encaró rumbo a su casa. Antes de llegar decidió que iba a almorzar afuera, mejor dejo las compras del super para la tarde, no quiero ponerme a cocinar antes de ordenar y con el hambre que tengo me voy a comprar medio supermercado se dijo a si mismo.
Manejo hasta una cantina cerca de su departamento. La comida siempre era rica y fresca. La única cagada era que no tenían mesas afuera, por más sugerencias que le hiciese a Tito. Son temas legales Ledesma, yo pongo la mesa afuera y vienen y me clausuran el local, y ahí decime ¿quién te va a cocinar entonces? Tenía razón el viejo. Entró y se sentó en su mesa de siempre, ¿Qué haces Quique? ¿Qué hay hoy? Dale, tráeme el pastel de papa. Si, Light, como siempre. Y bueno en algo me tengo que cuidar. Jugó con un escarbadientes pasándolo de mano a mano, paleando la ansiedad del no poder fumar.  Miró la televisión suspendida en el rincón superior derecho de la cantina. Atlanta-Morón. Esto no es futbol, pensó. Es una broma de mal gusto. Puro pelotazo, ni dos pases seguidos. Miralo al dos. Si le ponés una media de cada equipo se caga a patadas él solo. Gracias quique. Si, estaba riquísimo. Te deje la plata en la mesa, nos vemos.
Siguió su día según lo que había planeado. Fue al supermercado. De góndola en góndola llenó el changuito para toda la semana. Una vez en su departamento ordenó todos los comestibles de forma puntillosa en la heladera. Se sentó en la mesa de algarrobo. Se paró en busca de los cigarrillos, abrió la ventana de par en par, agarró el cenicero y volvió a la mesa.  Le quedaba toda la semana por delante, era lo bueno de trabajar de forma independiente. Ya había hecho la investigación que Maicedo le había encargado. Sabía todos los movimientos de su futura víctima. Tenía horarios fijos, vivía solo, trabajaba solo, frecuentaba los mismos cafés y cada viernes iba a la última función del cine Atlas, cuando salia tomaba unas copas en el bar de turno y volvía a su departamento del bajo Belgrano.
La semana transcurrió como las hojas que caen en otoño y el viernes llegó sin prisa. Estaba minuciosamente planeado. Asistió a ver “Nada es lo que parece” sin sacarle la nuca a su perseguido, dos filas por delante de él. Terminó la película y lo siguió hasta el bar de cabecera. Se sentó en una mesa. Siempre manteniendo la distancia. Decidió pagarle las bebidas, es lo mínimo que puedo hacer, se dijo. Llamó al mozo y le dijo que le cobrara todos los tragos que el hombre de sobretodo negro y pelo canoso de la barra ordenará y que cuando quisiera pagar se negaran a aceptar su dinero, insistiéndole en que era un regalo de la casa.
Apuró el whisky de un trago mientras lo observaba. Decidió dejarlo solo por un rato, era un tipo de rituales, de esos que no dejan un cabo suelto, cuando se sintiera lo suficientemente borracho como para dormir se iba a ir derechito a la casa.
Salió a la calle. Se subió al auto y agarro Blanco Encalada hasta Libertador. Esperó protegido por la oscuridad de la medianoche y los pocos faroles que alumbraban la cortada en las que el perseguido vivía. 
Lo vio llegar y tanteo el revolver en su cintura. Hizo girar el tambor y se apuró a encararlo antes de que baje del auto. ¡Eh Benítez! Miro su inexpresiva cara de borracho mientras bajaba. El tren de carga de la una de la madrugada pasaba detrás de ellos. ¿Quién es usted? Empuño el revolver con su mano derecha, sintió el frio del metal en el pulgar y pudo reconocer su latido mientras presionaba el acero del revolver corto. Maicedo te manda saludos. Un solo disparo en el centro del pecho quedo amortiguado por el ruido del tren .El cuerpo de Benítez tirado en la vereda y la sangre haciéndole de alfombra. Encendió un cigarrillo mientras miraba su reflejo en el suelo ensangrentado. Sintió el gusto de la pólvora en su boca. Sintió las náuseas de haber quitado otra vida. Sintió el peso del mundo cayendo sobre sus hombros. Sintió el destino de todos los hombres que había borrado del mapa. No tuvo el coraje de mirarse en ese espejo de sangre cuando apoyo la magnum en su sien. El tren apaciguo nuevamente el ruido del disparo.
bonaventura

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