La lluvia caía como una cortina sobre el parabrisas, no me dejaba ver
más que unos metros por delante del camino. Situación complicada si estás en la
ruta. No tenía el lujo del tiempo, el reloj de arena ya se estaba vaciando. Tenía
que encontrar un refugio para pasar la noche antes de que me encuentren. Una
luz en el medio del descampado me hizo de señal. Aminoré la velocidad y me
detuve frente a la puerta. Era una casa antigua, de doble altura, con ventanas
amplias y un jardín enorme que la circundaba. Estaba bastante conservada para
la edad de la construcción. Apagué el motor y me subí el cuello del impermeable
hasta la nuca. Eché a correr hasta llegar a la puerta. Respiré agitado tratando
de recobrar el aire, antes de llamar a la puerta. Como era de esperarse la casa
no tenía timbre. Un león en forma de manija servía de llamador, lo golpee tres
veces y esperé que alguien me abriese. Me atendió un hombre de avanzada edad. Con
cara de recelo me pregunto que necesitaba. Le dije que estaba yendo a la ciudad
pero la lluvia no me dejaba continuar y si podría pasar la noche en su casa.
Con un malestar notable me abrió la puerta y me dijo que me descalzara y me
sacara el impermeable empapado. Le dije que podía pagarle por el hospedaje pero
se rehusó.
-Se lo hago de favor- me dijo-No es una casualidad que venga usted a mi
casa con semejante tormenta. Venga. Pase. Siéntese enfrente del fuego. ¿Quiere
un café?
– Si, por favor.
Me senté en un sillón que daba frente a la chimenea con un fuego
alimentado por leña. La casa estaba sumida en un silencio total, como si alguien
le hubiese bajado el volumen. Apenas se oía el ruido de la lluvia en el
exterior. Volvió con dos tazas de porcelana con café y un jarro de leche. También
trajo dos sándwiches de jamón y queso y me pregunto si deseaba algo más.
Respondí que no, que muchas gracias. El viejo a pesar de mi primera impresión
empezó a mostrarse de mejor humor, se ve que hace bastante no tenía visitas.
-¿Vive solo?-le pregunté.
-Si. Hace 7 años…desde que falleció Elba, mi mujer.
-Perdón, no lo quería incomodar.
-No hay problema, es parte del pasado. ¿A qué se dedica?
-Soy periodista.-afirmé.
El viejo entendió a que clase de periodismo me dedicaba y porque mi
urgencia de salir hacia la ciudad a entregar un informe mientras el cielo se
caía a pedazos.
Una vez que terminamos de comer y se nos acabó el café me prendí un
Paroissien. Le convide uno y lo acepto con gusto. Me propuso jugar una partida
de ajedrez, le dije que estaba falto de práctica, pero igual acepté el reto.
Jugamos al mejor de tres. Para mi sorpresa, la del viejo también, gané la primera
con un jaque mate de caballo, se ve que él tampoco estaba practicando mucho. El
resultado de los siguientes dos juegos fue distinto, me vapuleó en menos de
veinte movimientos en ambas ocasiones.
Me dijo que podía dormir en la segunda habitación después del baño del
piso de arriba. Él estaría en la habitación del final del pasillo. Me entregó
un juego de toallas y se despidió.
Entre en la habitación y me sentí a gusto, era una habitación muy simple.
Simétrica por donde la mirase. Un solo cuadro antiguo de un lago colgaba de la
pared de la puerta. La cama estaba dispuesta en el centro. Una ventana en el
lateral con un doble bastidor y un escritorio de caoba con un vidrio en la superficie
la completaban. Encima del escritorio había un candelabro de bronce. Lo encendí
con la vela que poseía en ese momento y me senté frente al escritorio.
Apenas me senté comencé a pensar en Helena. Cerré los ojos. La vi en su
bata blanca yendo de la cocina al living. Recorriendo con paso seguro y
fantasmal las habitaciones. La imaginé mirando la lluvia caer. Sus rulos
mojados describiendo espirales en su espalda como una secuencia de
Fibonacci. Su cuerpo vencido por la
gravedad. Imaginé su cara redonda, sus ojos verdosos, su nariz respingada y sus
anchos labios. El collar que le regalé para nuestro primer aniversario rodeando
su largo cuello de cisne. Quise escribirle veinte poemas de amor pero estuve
más cerca de lograr una canción desesperada.
Releí el informe. Una vez más me estremeció de pies a cabeza. Ese logro era suyo también, fruto de años de investigación juntos y causal de nuestro divorcio en gran parte.
Recordé la primera vez que me hizo escuchar el cuarteto de cuerdas n.º 16 en Fa mayor de Beethoven y su peculiar anécdota del monedero. Como Beethoven había transformado la comicidad de sus palabras en una verdad metafísica de su vida. *Es muss sein me repetía cada vez que iba a colocar el cuarteto. Con los ojos cerrados y la rabia del mundo en mis manos garabateé en una hoja la frase que tanto me repitió.
Releí el informe. Una vez más me estremeció de pies a cabeza. Ese logro era suyo también, fruto de años de investigación juntos y causal de nuestro divorcio en gran parte.
Recordé la primera vez que me hizo escuchar el cuarteto de cuerdas n.º 16 en Fa mayor de Beethoven y su peculiar anécdota del monedero. Como Beethoven había transformado la comicidad de sus palabras en una verdad metafísica de su vida. *Es muss sein me repetía cada vez que iba a colocar el cuarteto. Con los ojos cerrados y la rabia del mundo en mis manos garabateé en una hoja la frase que tanto me repitió.
La coloque al final del informe y corrí al cuarto del viejo. Toqué a la
puerta y me pidió que pasara. Su habitación no era muy distinta a la mía. Los
muebles estaban distribuidos de la misma forma. Él estaba sentado en un sillón
de frente a mí. Inteligente como un zorro, supuso que iba a necesitar su ayuda
y me esperó despierto. Le conté de cabo a rabo todo lo que había acontecido en
el país hasta ese momento, mi investigación con mi ex esposa, los resultados
que la misma arrojó, el pedido del gobierno para que trabajase en su proyecto y
mi deserción al darme cuenta de la gravedad de la situación. Le cedí el informe
y lo leyó sin sorprenderse. Lo único que le llamo la atención fue la nota del
final.
¿Es usted fanático de Beethoven? – preguntó
-Algo parecido-contesté.
-¿Muss es Sein?- me preguntó arqueando las cejas.
-Es muss sein-respondí.
-¡Es muss sein!-Grito.
Reímos cómplices como dos locos formando un pacto secreto, sentíamos que
estábamos dándole al mundo otra oportunidad.
Sin más, el viejo escondió el informe en un tablero antiguo de ajedrez y
me pregunto a donde debía entregarlo. Le di la descripción de Helena y como
encontrarla. Me informo que iba a esperar un tiempo antes de entregarlo para no
levantar sospechas, lo miré con aceptación y le ofrecí un cigarro más en forma
de recompensa.
Mientras fumábamos advertimos el ruido del motor proveniente del
exterior entremezclándose con la lluvia. El viejo vio por la cortina como los
hombres hacían luces a la casa y volvió a mirarme.
Nos dimos la mano. Bajé las escaleras. Me puse el impermeable y los
zapatos. Abrí la puerta de calle y la cerré de un portazo. Los hombres me miraron
sin sorprenderse. Subí a su auto por la puerta trasera y los miré a ambos. El
que estaba al volante arrancó el motor y me llevó nuevamente a la base, ya no
estaba inquieto.
Sabía que así debía ser.
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