Puso el agua en la pava y la pava en el fuego. Preparó
la yerba, la puso en el mate, lo dio vuelta en repetidas ocasiones y lo mojo
con agua tibia antes de ensillarlo. Hizo tiempo fumándose un cigarrillo
mientras el agua llegaba a su punto justo. Pensó en María. Pitada a pitada perdía
la vista en las figuras que hacia el humo, escapándose por la ventana. Pensó en
sus labios y en la peca que tiene en el iris izquierdo. En el lunar que lleva
sobre el labio derecho y en la curva de su nariz. Mientras perdía su mente en
su retrato el agua hirvió; puteó en catalán, cargo el agua al termo, agarró el
libro, apagó la luz y salió al balcón.
Era la primera vez que saldrían los dos solos como
pareja y los nervios le hacían sentir una función de Mayumana en el estómago.
Se había cambiado siete veces. Cada cambio de vestuario la hacía sentir menos
atractiva. En el octavo cambio de ropa pensó que era la luz de la habitación la que no la favorecía. La apago y prendió el
velador. No había caso, ahora si se sentía más fea. Por el décimo intento
encontró, en el fondo del placard, un vestido blanco que compró en Salvador de
Bahía. Era perfecto. Reflejaba la sencillez y la pureza de lo que creía ser. Respiró
tranquila el olor de la tierra mojada que venía de la ventana. Decidió dejarla
abierta. Apagó el velador y miro por última vez la habitación en penumbra,
segura de que no volvería hasta el día siguiente.
La ventana que da a la calle recibe el golpe del viento
y él, de espaldas, en su sillón favorito de cuero, junto a la lámpara de pie,
única fuente de luz en la habitación. Descansa sus pies en lo que alguna vez fue
un taburete para tocar el piano. Su obra favorita de Bach- La Pasión según San
Mateo- suena en el aire llenando cada rincón del departamento. Descansa o cree
hacerlo. Lee enfervorizado cartas viejas, amarillas como papiros, que heredó
después de la muerte de su padre. Imagina a su madre por la forma de escribir.
La imagina en cada metáfora, en cada broma y en cada falta de ortografía. Ve a
esa madre que lo abandonó sin explicaciones y de la que su padre nunca quiso
hablarle. Estas cartas, ocultas de la luz y con el olor que la humedad le da a
las cosas que escondemos, vuelven a relucir luego de tanto tiempo para ponerle
un cierre a esta historia, como el candado de un baúl antiguo. La ventana
recibe el azote del viento, sobresaltándolo y derramando el té sobre las
apiladas cartas que descansan en su regazo. Parece que la caja de pandora ya no
podrá cerrarse.
La luz de la habitación es amarilla y cálida como un
sol de noche. Ella descansa sobre él, rozándole el pecho con sus manos,
acariciándolo dulcemente como un violinista de orquesta tratando de sacar la
nota exacta. Él juega con su pelo, huele a menta y algo parecido a miel, es
dulce pero no empalaga. Los separa de a uno y los recorre como si fueran el
hilo de Ariadna, la salida de su laberinto. Un viento helado los hace tiritar,
ella cierra la ventana, pero no baja la persiana y él la mira paseándose
desnuda, como el pintor ve a su musa.
En el cenicero no entra un alfiler, el mate parece una
pileta de natación de una colonia de verano y el estómago está más cerrado que
el culo de un muñeco. La tele pasa imágenes que no le interesan. Decide hacer
una técnica que fue perfeccionando con el paso del tiempo, se trata de hacer zapping de forma tal que cada canal
pronuncie una silaba o una palabra y se una con la del siguiente canal. En
raras ocasiones se logran frases coherentes como “Pod-emos-hablar un
segundo-antes-de que- te vuelvas a eso” aunque en la mayoría de los casos el
resultado son un sinfín de palabras al azar. La apaga como si le ardiesen los
ojos de verla. Prendé el ultimo cigarrillo y arruga el paquete antes de tirarlo.
Ahora si está completamente a oscuras y de frente a la ventana de su séptimo
piso. Con cada pitada imagina una escena en las luces de las ventanas de los
edificios vecinos y cada vez que el humo sale de su boca cree que las historias
se concretan.
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