miércoles, 11 de septiembre de 2013

Un tal Sr. Pinor.

“Art is the perpetual motion of illusion. The highest purpose of art is to inspire. What else can you do? What else can you do for anyone but to inspire them?” - Bob Dylan


El piar de los jilgueros me saca del sueño. El olor a pasto fresco entra por la ventana y se mezcla con el olor de mis sabanas y de mi almohada. Me incorporo en la cama. No deben ser más de las ocho de la mañana. En pijama como estoy, atino a levantarme. Apoyo el pie derecho en la madera que cruje y luego siento la frescura del suelo con el izquierdo, me dirijo a desayunar. Camino los diez pasos habituales que separan mi habitación de la cocina. Siempre me reconforta mi orden, es el hilo que conduce mi existencia, todo en el mismo lugar donde lo deje. El café de filtro del día anterior en la segunda puerta de la alacena derecha. La leche de cartón en el último estante de la puerta de la heladera. Mezclo ambos en el jarro oxidado que descansa en la hornalla habitual .Tres cuartos de café, ya me despierta su aroma, completo el resto con leche. Lo agarro para olfatearlo, el metal esta frio cuando roza mi nariz. Le falta la dureza que únicamente un sorbo de café puro puede mejorar. Agarro un fosforo y lo giro en mis dedos. Localizo su extremo gordo, aprieto la caja y con un movimiento rápido y ascendente lo enciendo, el ruido del compuesto incendiándose y el olor de la madera en contacto con el fuego. Giro la segunda perilla de derecha a izquierda, la de la segunda hornalla. Dos minutos a fuego medio. Prendo la radio en la estación de Folk que rara vez cambio, me recuerda el lugar en el que vivo, el lugar de mis sueños de infante, la soledad del campo de mis abuelos. El Bob Dylan del ’62 entona “Don’t Think twice, it’s all right”. Saco dos rodajas de pan negro con semillas de lino y sésamo mientras canto “You’re the reason I’m trav’lin’ on”, las pongo en la tostadora y repito la acción anterior. Fósforo, caja, fricción, perilla. Esta vez fue la primera de derecha a izquierda, coloco la tostadora en el fuego de la hornalla. Tarareo la canción mientras oigo el crepitar del café en el fuego. Lo saco y acto seguido doy vuelta las tostadas. Sirvo el café en la taza del primer estante, la del aza cuadrangular. Saco las tostadas del fuego al oler que estaban empezando a quemarse un poco y las semillas comenzaban a caer y a chamuscarse. Agarro un plato y las sirvo. Bob canta “Masters of War”. El aroma del pan caliente y el café matutino me abren el apetito en seguida. Saboreo el desayuno mientras revivo los aires de protesta contra Einsenhower, toda una nación en busca de una solución pacífica al conflicto armado de la guerra fría. Imagino el ruido de las armas semiautomáticas y se me va el apetito como por arte de magia. La agenda mental me recuerda el compromiso de esta mañana, la fugaz y prominente actriz de la que Jaime me habló. Dejo los platos en la pileta y subo el volumen de la radio. Hago siete pasos hasta llegar al cuarto de baño. Abro la canilla izquierda a tres cuartos de giro y a continuación abro la de la derecha con un cuarto de giro. Canto todo el repertorio de la radio para no abrumarme con pensamientos metafísicos y existenciales, esos que me atacan en el silencio. El denso olor del vapor del agua caliente mezclado con el jabón y el champú de almendras me indican que es hora de salir de la ducha, cierro las canillas y agarro la toalla. Siento como el agua resbala por mi cuerpo, gota a gota. Enrollo la toalla a mi cadera y salgo del cuarto de baño.Recorro los catorce pasos en línea recta para volver a mi habitación, huelo la humedad de la toalla almidonada y la dejo en la cama. Elijo un pantalón de gabardina y una camisa de franela. Los borcegos de punta cuadrada. Camino rumbo al taller mientras escucho a Steve Goodman. “I'll be gone five hundred miles 'fore the day is done”. El timbre suena mientras paso por la cocina.
-¿Quién es?-
-Sr. Pinor, soy Julia. Jaime nos programó un encuentro para hoy.- 
Me desvío de mi recorrido y le abro. Me saluda con un beso de sus carnosos labios en el cachete. Huele a jazmines recién cortados. Escucho como da vueltas a la habitación con sus ojos, creo que espera ver cuadros en las paredes.
-¿Quiere algo para tomar, Julia?
-¿Un té podría ser?
Pongo el agua en la pava y repito nuevamente mis acciones. Fósforo, caja combustión, perilla y hornalla. Acerco la pava al fuego. Saco una taza de la repisa y un saquito de té de la alacena.
-¿Vivís solo?-
-Si
-¿Por qué?
-Mejor loco que mal acompañado
Nos reimos y el agua hierve. Vierto el agua en la taza y me dejo impregnar por el olor a té negro
-¿Azúcar, miel, limón?
-Solo. Gracias.
Le entrego la taza y le pido que me acompañe. Recorremos los veintidos pasos entre curvas y diagonales que separan la cocina de mi estudio.
Entramos al taller, su silencio está lleno de incertidumbre, quiere preguntarme algo y no se anima.
-¿Que me querés preguntar?
-¿Cómo te diste cuenta?
-Soy ciego, pero no boludo…
-¿Cómo pintás sin ver?- 
Me acerco a ella y toco su nariz con mis labios. Recorro con mis manos su pelo, suave como hilos de seda que le caen hasta la mitad de su espalda. La abrazo y pongo mi pera en su hombro. Huelo el dulce aroma a jazmines de su nuca. Enredo sus piernas con las mías y poso suavemente mis labios sobre los suyos húmedos. Siento su aliento a Virginia Slim. Me quedo estático, frente a frente. Mis ojos están cerrados para que no se asuste al verlos de cerca. Casi como un susurro salen las palabras, despacio. Una por una.
-No ver es una bendición que la vida me dio. Antes del accidente era un pintor mediocre y ahora soy esto. Tenemos cinco sentidos. Yo tengo cuatro pero mejorados. Huelo la lluvia antes de que caiga al suelo, escucho el ronroneo de mis gatos a tres cuartos de distancia, la comida tiene gustos que ningún paladar llego a imaginar y cada vez que toco algo desordeno los átomos y los vuelvo a poner en su lugar. Antes, mi imaginación estaba muerta pero ahora… Ahora cuando sueño creo colores que nadie logró en su vida, personas que nunca existieron e historias que nunca van a pasar. Por eso vivo solo y alejado del mundo. Pinto sin ver como el águila que esta encadenada al cielo. 
Nos besamos lentamente y hacemos el amor aquí y allá, a las corridas, como si el tiempo fuese un impedimento, como si el mundo no se hubiera parado desde que cruzó la puerta. Al levantarme ella dormía todavía. Aprovecho el silencio y enciendo un Paroissien, escucho el crepitar del papel con el contacto del fuego y me envuelvo en el olor del tabaco negro. Me dirijo a los frascos de pintura que preparo. Cada color tiene su aroma distintivo. Limón y sol, bosque y cenizas, sangre y sudor, océano y musgo. 
Pinto en un lienzo su retrato con acuarela. Lo hago con mis manos y no con mis pinceles. Jazmines, sudor, sexo sangre y cedrón. Lo toco y lo huelo en repetidas ocasiones. Le doy un beso. La oigo respirar. Es ella.

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