viernes, 4 de octubre de 2013
El paulista.
El atardecer cae sobre un bar de Florida. El viento baila entre las mesas del café y el sol de media tarde le gana la batalla al día invernal, de primavera precoz. Llega él, vestido de negro, sobretodo de paño, pantalón de traje y zapatos a juego. Tira el paquete de cigarrillos a la mesa y se sienta. El mozo se acerca y antes de que logre preguntarle, le indica que tomará un cortado. Una veloz media vuelta y desaparece atrás de la barra con la bandeja de aluminio. Recostado en la silla mira la avenida a la espera del café. Mira a los autos y a la gente, oscilan, como los planetas en el movimiento del péndulo de un reloj. Un paisaje en constante movimiento. Un río. Un fluir de gente y autos y luces y sonidos. Temblando, saca un cigarrillo del paquete y lo golpea dos veces contra la mesa. Agarra el encendedor y se cruza de piernas. Lo enciende y pita profundo. Disfruta el humo en la garganta y siente como lo tranquiliza. Empuja el humo al aire, forzándolo a salir. Cambia el cigarrillo de mano, pita por segunda vez y disfruta la calma momentánea. El cigarrillo ya muestra la herida, la quemadura apurada del papel. Llega el café, extiende cincuenta pesos y recibe el cambio. Lo guarda en el bolsillo sin contarlo. Agarra un sobre de azúcar. Muerde la punta, la desgarra y la escupe al suelo. Vuelca el azúcar en la taza describiendo círculos de distintos tamaños. Acto seguido agarra la cuchara y revuelve el café en el sentido de las agujas del reloj. Cuatro vueltas. Tira la cuchara a la mesa y apura un sorbo. Nuevamente fuma y se alivia. Toma, fuma y suspira. Fuma, toma, fuma, suspira. Suspira, fuma y toma. Se alivia. El último sorbo del café. La última pitada. El ultimo alivio. Apaga el cigarrillo con la violencia de un te quiero en alemán dejando al cenicero sangrando a su suerte, humeando, como el cañón de un arma que acaba de ser disparada. Se levanta y cruza la avenida sin voltear. El mozo vuelve y encuentra la escena del crimen sin propina.
domingo, 29 de septiembre de 2013
Tristeza de domingo.
Los
domingos tengo miedo de salir volando sin embargo sigo con los pies clavados a
las baldosas porque ni las nubes se mueven en este día. El cielo va cambiando
de color y mis pensamientos son música pero no de Yann Tiersen sino más bien de
Piazzola, nostalgia un tanto rosa. Un tango en la cabeza pero no para bailar.
Un tango absurdo, un tango caótico, como si las notas se ordenaran al azar. No las
entiendo porque no me entiendo. Ni a mí, ni a vos, ni a la música, ni al día.
Ni porque acá y no allá, ni porque allá y no acá. Y sobre todo ¿porque no
juntos? Si el mundo duele menos si te miro. Pero no, cada uno con su tristeza
de último día de la semana, con el eco existencial de los atardeceres que
parecen congelarse en los cielos del conurbano y un pucho atrás de otro, y mate
y te y cualquier cosa que ayude a bajar la angustia de la garganta. Y al final
lo único que nos es propio, es el silencio. Podemos elegir no hablar y nos
quedamos contentos con esa mísera rutina de callarnos ante el mundo. Tristes,
en silencio, con un tango en la cabeza y la noche que se viene encima.
Palabras Prestadas.
Juan es un bibliotecario más del barrio Florida. Todos
los días recorre una a una las estanterías, repara los lomos y ordena cada uno
de los libros en su lugar correspondiente. Es un trabajo algo aburrido, pero le
da tiempo para pensar. Pensar en sus cuentos, pensar en sus plantas, pensar en
sus perros, pensar en nada. Y, por sobre todas las cosas, puede leer todo lo
que quiera. Desde las enciclopedias arábigas hasta las novelas de erotismo y
misticismo que juntan polvo en el ala derecha de este gran salón; Sin embargo, hay
algo que no mucha gente sabe. Juan se refugia en los libros porque tiene fobia
social, le teme a la opinión de las personas. Se siente juzgado tanto por la
nena de diez años que viene a pedirle un tomo de Harry Potter como por el
abogado perspicaz que viene a hojear el código comercial, y ni hablar cuando viene ella, en sus vestidos de
flores, haciendo juego con sus coloridas sandalias, sin importar cuanto llueva
ni cuanto frio haga. No usa maquillaje, únicamente una sonrisa le adorna el
rostro. Pero él no la puede mirar a los ojos y eso que la conoce hace ya tres
años, diez meses, cinco días y ocho horas. Pero no se desespera, no. Sin que
ella se dé cuenta, la mira de lejos como quien contempla una vela, como quien
ve una flor sin arrancarla, y disfruta de amarla en silencio y serle útil
sacándole los libros de los estantes a los cuales no alcanza. ¡Ay! Si supiera
lo enamorado que está de ella. No es su
inteligencia, ni su belleza, no es su dialéctica ni tampoco son sus gustos. La
ama y no tiene en claro por qué. Es el mejor tipo de los amores. Se ama y
punto. Se ama sin prejuicios, sin puntos y aparte. Se ama de corrido.
El veintitrés de mayo
fue un día especial para Juan, mientras realizaba su ronda habitual encontró un
libro que nunca antes había visto, lo tomó y lo llevo al escritorio para
examinarlo. La tapa azul y dura, decorada en dorado, le provocaba misterio. No
tenía título ni tampoco autor. Esto lo sorprendió aún más, en su biblioteca no
había lugar para libros sin rótulos. Tampoco estaba escrita en la preliminar,
la edición a la cual pertenecía. Una vez en su escritorio preparó el mate y se sentó de costado a la ventana, para
distraerse con las plantas del jardín aledaño. Quiso abrir el libro en la página
del día de la fecha, doscientos treinta y cinco, es decir veintitrés de mayo,
pero el volumen únicamente tenía ciento ochenta y nueve páginas. Decepcionado,
eligió el capítulo dos y la página treinta y cinco. Para su sorpresa, rezaba
únicamente una frase: “La palabra escrita
es la voz de los que no se rendirán jamás”. La releyó varias veces, pero no
pudo encontrarle gran sentido. Como quién no quiere la cosa, dejó el libro
apilado a un costado para retomarlo en cuanto le entrasen ganas de leerlo y se
distrajo viendo bailar a las abejas con las flores. La tarde paso como las
hojas de los árboles que caían en esa época del año, una a una, sin
alborotarse. Decidió dar la última recorrida del día. En la sección de poesía occidental, una voz de
ultratumba se posó en su oído “Dejemos que el pasado sea el pasado.” Se dio vuelta pero nadie estaba allí. La frase
seguía en sus oídos, era su favorita de Homero. Debo estar perdiendo la cabeza
se dijo para consolarse. Nuevamente una voz habló, pero distinta a la anterior,
más cuidada, más armónica y dulce “No te
dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho a
expresarte, que es casi un deber. No abandones las ansias de hacer de tu vida
algo extraordinario.” Nuevamente se dio vuelta y no encontró a nadie. Pero
esa era la voz de Walt Whitman, de eso estaba seguro. Corrió hacia la entrada
para corroborar que la puerta siguiera cerrada con llave y al darse vuelta las
palabras salieron de cada libro en cada estante y se le metieron por los ojos,
le llenaron los oídos, le endulzaron el paladar, respiró la tinta antigua, el
olor de las hojas llenas de humedad y el hedor de las polillas. Cada frase
entraba en él y lo llenaba un poco más. Le pasaba por la lengua, subía y bajaba
por su garganta, quedaba suspendida en su boca,
eran agrias o dulces, amargas o ácidas. Pero hermosas, todas eran hermosas,
representaban la voz de los que nunca se rendirían. Lo representaban y él las
elegía. Fueron tantas las frases que le
llegaron al cuerpo, que buscaron todos los posibles recovecos para asegurarse y
asentarse. Algunas fueron a los muslos,
otras a los pulmones y las que él más quería, las guardo en su corazón. Cuando
ya no podían alojarse más en él, empezaron a brotar de sus ojos como ríos de
tinta negra y azul que le bañaron la camisa blanca. Lloró un diccionario, una
antología de poemas y el sueño de los héroes. El timbre sonó y lo sacó de su
llanto. Volviendo en sí, limpió sus ojos y mejillas con los puños de la camisa,
manchándolos de azul petróleo. Asomó su cabeza
para ver quién era y para su sorpresa, atinó a ver unas sandalias y la pollera
de un vestido floreado. Le abrió con una sonrisa de oreja a oreja y ella, sorprendida,
la retribuyo amablemente. Una vez adentro, la miró a los ojos. Eran almendrados
y destellaban pasiones nunca antes advertidas. Sin pausa y sin prisa le dijo: “Hoy tu sonrisa, es limpia y gira. Quiero
verte bailar”. Cerró la puerta y bailaron
hasta quedar frente a frente, sus bocas entreabiertas apenas rozándose y sus
pies también.
jueves, 12 de septiembre de 2013
Maestros y que los hay los hay.
Hay
profesores que además de ser profesores son maestros, maestros de vida. Es el
caso de Benito Narvaja, un marxista de manual que se regocija de dar clase en
las escuelas y facultades públicas. Que llega puntual y termina puntual. Que
toma mates con los alumnos. Que empieza las clases con un “las escucho”. Así de
pelado, así de bajito. Se sienta arriba del escritorio y no atras de él. Asegura
que podría dar clase con un único material didáctico, el diario de ese mismo
día. La materia es Antropología y sus métodos de enseñanza se salen totalmente
del manual, hace ya veinticuatro años. Se regocija de su sueldo y dice que
hasta a veces le da pena que le paguen tanto por lo que él hace. Medio en broma
y medio con el corazón lo dice. Acepta que sale de la clase riéndose y te
invita a reflexionar sobre el sentido que tiene que estés sentado escuchándolo.
Y hoy, para no ser la excepción, nos invitó a reflexionar sobre el futuro de la
humanidad siguiendo la corriente
evolucionista del programa de la materia, hablamos de Malthus y de Morgan. El
pobre Malthus decía Marx, aparte de no tener en cuenta que el humano puede
influir sobre la producción de alimentos no tuvo en cuenta en lo que el humano
se convertiría. Hoy día la principal enfermedad global es la obesidad y Malthus
decía que el alimento no alcanzaría para alimentar a toda la población. Pero
que no se confunda, que Occidente sea obeso y pueda darse un atracón por día no
significa que en el resto del mundo no haya hambre. La distribución no es igual
en todos lados, eso lo sabemos bien. Pero lo más fértil de todo esto, fue el
hecho de que nos haya dicho que muchas veces se planteaba el por qué de que los
humanos quieran seguir viviendo. ¡Pum! Patada doble. Cabeza y corazón. No pude
seguir el ritmo de la clase. Me quede bamboleando en esa pregunta. ¿Por qué
queremos seguir viviendo?. Una angustia me llenó el pecho y no hubo mate que lo
baje.
¿Por qué
queremos seguir viviendo?
Es verdad
que uno tiene que tener un objetivo, ¿cuál sería el destino del ser humano sin
un objetivo, sin una promesa? Yo sé cuál es el mío. Mí porque es el
conocimiento. Soy un adicto, lo reconozco y le pongo el pecho a las balas.
Cuanto más se, peor me siento. Pero es adictivo. El conocimiento genera eso,
adicción, por eso dicen que los libros solo llevan a otros libros. Pero y
siempre hay un pero, ese no es mi único porque, el complementario de mi porque
es la reproducción de ese conocimiento. ¿De que serviría el conocimiento si no
se entiende y se disemina? Esa es mi promesa. La reproducción del conocimiento,
por eso libero libros y hago apoyo escolar. Sueño con ser investigador y con la docencia. No busco
fortuna ni grandes placeres. Me basta con transmitir lo que yo sé e invitar a
los demás a que piensen y lo reproduzcan, a su forma y a su tiempo. Y dentro de
toda esta promesa que es mi utopía, el motor de mis sueños, hay cosas que me
permiten seguir caminando, no se si vivo por ellos , pero se que sin ellos no
podría vivir. Los amigos, los amores, las risas , las costumbres, los pequeños
placeres, la música, el silencio, el ruido, la certeza , la incertidumbre, la
ansiedad, el miedo. Todos estos son mis bastones, sobre ellos me apoyo para no
caerme de fauces a la apatía que el mundo te muestra en cada esquina. Esa
apatía tiene nombre y se llama indiferencia, mientras que el humano sienta como
ser social está asegurada su reproducción, el día que te dé lo mismo ver morir
de hambre a una persona al lado tuyo mientras que no perturbe tu andar , ese
día , de forma más que amistosa , te invito a que te hagas estas preguntas que
formulo. ¿Por qué y para qué seguís
viviendo? Son las preguntas las que no exigen estar vivos.
Gracias Benito, me olvide de decirte feliz
día.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Les ponts des arts
Qu'est mon néant, auprès de la stupeur qui vous attend ?
El rio apenas se mueve con la brisa que me pega en la cara. Estos atardeceres son mágicos. Naranja y rosa sobre el Sena. En primer plano están los candados. ¿Los llegaste a ver? Mira hasta donde me trajiste Julio, mira hasta dónde vengo a ver cómo te encontrabas con Lucia en esas casualidades que de casualidades tenían poco y nada. Me siento en el banco del medio del puente, o lo que yo creo que es el medio. Sesenta pasos viniendo desde Quai de Conti. La vista fija en el atardecer y atrás mío el puente nuevo. Enciendo un Gauloisse rojo mientras el sol sigue tiñendo el cielo. ¿Cuantas veces habrás visto este atardecer? Bueno este no. Sabemos que es único. ¿Pero cuantos habrás visto? Y los seguís viendo. Si, si no te fuiste. Si estás acá. ¿Te gusta más ahora que es de acero o antes como era de hierro? Sí, me hubiese encantado verlo. ¿Preferís los siete arcos? Si, a mí también me gusta el número 7. Me gusta más que el 9 por lo menos. ¿Quién diría no? Estas acá, fumando al lado mío, contándome de una pelea de boxeo de tus épocas. Como arrastrás la r. Uperrrrrrrrrcut. Me rio y apago el pucho. Ya es hora de que me vaya y te deje tranquilo. Del bolsillo interior de la campera verde, ese del corazón, saco un candado. Despacio, me acerco al borde del atardecer y lo cierro con fuerza en la malla. Lo muevo por las dudas, para asegurarme que va a seguir ahí cuando me vaya. Siento la llave dorada en la mano que me quema como el hielo. Me la llevo enfrente de los ojos y miro por el agujero como intentando sacar una foto, una instantánea. Clic. Acto seguido la tiro y la veo caer al Sena formando círculos concéntricos perfectos. Ya se debe estar perdiendo en el fondo. Chau Julio.Un tal Sr. Pinor.
“Art is the perpetual motion of illusion. The highest purpose of art is to inspire. What else can you do? What else can you do for anyone but to inspire them?” - Bob Dylan
El piar de los jilgueros me saca del sueño. El olor a pasto fresco entra por la ventana y se mezcla con el olor de mis sabanas y de mi almohada. Me incorporo en la cama. No deben ser más de las ocho de la mañana. En pijama como estoy, atino a levantarme. Apoyo el pie derecho en la madera que cruje y luego siento la frescura del suelo con el izquierdo, me dirijo a desayunar. Camino los diez pasos habituales que separan mi habitación de la cocina. Siempre me reconforta mi orden, es el hilo que conduce mi existencia, todo en el mismo lugar donde lo deje. El café de filtro del día anterior en la segunda puerta de la alacena derecha. La leche de cartón en el último estante de la puerta de la heladera. Mezclo ambos en el jarro oxidado que descansa en la hornalla habitual .Tres cuartos de café, ya me despierta su aroma, completo el resto con leche. Lo agarro para olfatearlo, el metal esta frio cuando roza mi nariz. Le falta la dureza que únicamente un sorbo de café puro puede mejorar. Agarro un fosforo y lo giro en mis dedos. Localizo su extremo gordo, aprieto la caja y con un movimiento rápido y ascendente lo enciendo, el ruido del compuesto incendiándose y el olor de la madera en contacto con el fuego. Giro la segunda perilla de derecha a izquierda, la de la segunda hornalla. Dos minutos a fuego medio. Prendo la radio en la estación de Folk que rara vez cambio, me recuerda el lugar en el que vivo, el lugar de mis sueños de infante, la soledad del campo de mis abuelos. El Bob Dylan del ’62 entona “Don’t Think twice, it’s all right”. Saco dos rodajas de pan negro con semillas de lino y sésamo mientras canto “You’re the reason I’m trav’lin’ on”, las pongo en la tostadora y repito la acción anterior. Fósforo, caja, fricción, perilla. Esta vez fue la primera de derecha a izquierda, coloco la tostadora en el fuego de la hornalla. Tarareo la canción mientras oigo el crepitar del café en el fuego. Lo saco y acto seguido doy vuelta las tostadas. Sirvo el café en la taza del primer estante, la del aza cuadrangular. Saco las tostadas del fuego al oler que estaban empezando a quemarse un poco y las semillas comenzaban a caer y a chamuscarse. Agarro un plato y las sirvo. Bob canta “Masters of War”. El aroma del pan caliente y el café matutino me abren el apetito en seguida. Saboreo el desayuno mientras revivo los aires de protesta contra Einsenhower, toda una nación en busca de una solución pacífica al conflicto armado de la guerra fría. Imagino el ruido de las armas semiautomáticas y se me va el apetito como por arte de magia. La agenda mental me recuerda el compromiso de esta mañana, la fugaz y prominente actriz de la que Jaime me habló. Dejo los platos en la pileta y subo el volumen de la radio. Hago siete pasos hasta llegar al cuarto de baño. Abro la canilla izquierda a tres cuartos de giro y a continuación abro la de la derecha con un cuarto de giro. Canto todo el repertorio de la radio para no abrumarme con pensamientos metafísicos y existenciales, esos que me atacan en el silencio. El denso olor del vapor del agua caliente mezclado con el jabón y el champú de almendras me indican que es hora de salir de la ducha, cierro las canillas y agarro la toalla. Siento como el agua resbala por mi cuerpo, gota a gota. Enrollo la toalla a mi cadera y salgo del cuarto de baño.Recorro los catorce pasos en línea recta para volver a mi habitación, huelo la humedad de la toalla almidonada y la dejo en la cama. Elijo un pantalón de gabardina y una camisa de franela. Los borcegos de punta cuadrada. Camino rumbo al taller mientras escucho a Steve Goodman. “I'll be gone five hundred miles 'fore the day is done”. El timbre suena mientras paso por la cocina.
-¿Quién es?-
-Sr. Pinor, soy Julia. Jaime nos programó un encuentro para hoy.-
Me desvío de mi recorrido y le abro. Me saluda con un beso de sus carnosos labios en el cachete. Huele a jazmines recién cortados. Escucho como da vueltas a la habitación con sus ojos, creo que espera ver cuadros en las paredes.
-¿Quiere algo para tomar, Julia?
-¿Un té podría ser?
Pongo el agua en la pava y repito nuevamente mis acciones. Fósforo, caja combustión, perilla y hornalla. Acerco la pava al fuego. Saco una taza de la repisa y un saquito de té de la alacena.
-¿Vivís solo?-
-Si
-¿Por qué?
-Mejor loco que mal acompañado
Nos reimos y el agua hierve. Vierto el agua en la taza y me dejo impregnar por el olor a té negro
-¿Azúcar, miel, limón?
-Solo. Gracias.
Le entrego la taza y le pido que me acompañe. Recorremos los veintidos pasos entre curvas y diagonales que separan la cocina de mi estudio.
Entramos al taller, su silencio está lleno de incertidumbre, quiere preguntarme algo y no se anima.
-¿Que me querés preguntar?
-¿Cómo te diste cuenta?
-Soy ciego, pero no boludo…
-¿Cómo pintás sin ver?-
Me acerco a ella y toco su nariz con mis labios. Recorro con mis manos su pelo, suave como hilos de seda que le caen hasta la mitad de su espalda. La abrazo y pongo mi pera en su hombro. Huelo el dulce aroma a jazmines de su nuca. Enredo sus piernas con las mías y poso suavemente mis labios sobre los suyos húmedos. Siento su aliento a Virginia Slim. Me quedo estático, frente a frente. Mis ojos están cerrados para que no se asuste al verlos de cerca. Casi como un susurro salen las palabras, despacio. Una por una.
-No ver es una bendición que la vida me dio. Antes del accidente era un pintor mediocre y ahora soy esto. Tenemos cinco sentidos. Yo tengo cuatro pero mejorados. Huelo la lluvia antes de que caiga al suelo, escucho el ronroneo de mis gatos a tres cuartos de distancia, la comida tiene gustos que ningún paladar llego a imaginar y cada vez que toco algo desordeno los átomos y los vuelvo a poner en su lugar. Antes, mi imaginación estaba muerta pero ahora… Ahora cuando sueño creo colores que nadie logró en su vida, personas que nunca existieron e historias que nunca van a pasar. Por eso vivo solo y alejado del mundo. Pinto sin ver como el águila que esta encadenada al cielo.
Nos besamos lentamente y hacemos el amor aquí y allá, a las corridas, como si el tiempo fuese un impedimento, como si el mundo no se hubiera parado desde que cruzó la puerta. Al levantarme ella dormía todavía. Aprovecho el silencio y enciendo un Paroissien, escucho el crepitar del papel con el contacto del fuego y me envuelvo en el olor del tabaco negro. Me dirijo a los frascos de pintura que preparo. Cada color tiene su aroma distintivo. Limón y sol, bosque y cenizas, sangre y sudor, océano y musgo.
Pinto en un lienzo su retrato con acuarela. Lo hago con mis manos y no con mis pinceles. Jazmines, sudor, sexo sangre y cedrón. Lo toco y lo huelo en repetidas ocasiones. Le doy un beso. La oigo respirar. Es ella.
Voyeur.
"Drying up in conversationYou will be the oneWho cannot talk "
La niebla no permite ver el andén de enfrente. Miro lo poco que puedo de la estación a mí alrededor. Una señora fuma un cigarrillo con un libro a su lado. Un señor me pregunta si tengo dinero para que compre su medicina. Tiene el acento más raro que escuché en mi vida. Una mezcla de mexicano con estadounidense. Es alto y fornido pero a la vez encorvado y torpe. Las sienes plateadas y los ojos azules como el agua del océano. Le doy dos pesos en monedas y me cuenta lo difícil que es comprar morfina “acá”. No tengo muchas ganas de continuar con mi lectura asique le sigo dando charla. Lo invito a sentarse al lado mío. Se sienta tranquilo y agradecido de tener con quien hablar. Me contó que se rompió un dedo del pie y que estaba mal de los pulmones por fumar “esta marihuana mala de la villa”. Entre mis monosílabos, él es quien guía la conversación. Tomo rumbos inesperados, antes de que llegara el tren ya hablábamos de la lógica en las matemáticas. Llega el tren y se sube conmigo. Me siento en el primer asiento del último vagón, el que mira para el lado opuesto a todos. Él se sienta en el siguiente y se da vuelta para seguir hablando. Paseamos por los más diversos temas. El recorrido debe haber sido el siguiente: Sistemas de educación actuales; sistemas de educación anteriores; Comparación de educación básica entre EEUU, Argentina, Alemania y Japón; Código Binario; Resonancia Magnética; Plasmas; Led ; Tv 3D; Hologramas; Espionaje Industrial y por último, el gran hermano siempre vigilando nuestros pasos. Llega mi estación. Lo saludo cordialmente y me indica que también baja en esta. Caminamos rumbo al puente que conecta las dos partes de la estación. Le pregunto a donde va y me responde que se dirige a la clínica San Francisco. Le pregunto donde queda y me dice “Tamborini y Naon. Nerón tocaba el tambor mientras Roma ardía”. Nos saludamos y subo al puente. Cuando quiero ver a donde se dirige, ya había desaparecido.
Ahora dudo si este extraño hablando de conspiraciones realmente existió. No sería la primera vez que mi cerebro altera el orden de los factores en pos de modificar el producto final. Ya no me importa. La realidad es una construcción social. Mi cerebro podrá confundir las cosas pero no me va a presentar a un esquizofrénico de manual. En todo caso, me presentaría a la Natalie Portman de Closer o a la Cameron Diaz de Vanilla Sky (Ojo que con Penélope Cruz también me conformo). No voy a plantar la semilla de la duda en mi cerebro. Ya sabemos que terminaría preguntándome si el cielo es el suelo.
martes, 30 de julio de 2013
El perseguido(r)
Miró el reloj una vez más. Lo esperaba hacía media hora y todavía no había rastro de él por ninguna parte. Lo espero quince minutos más si no, me voy a la mierda se dijo a sí mismo. Le hizo señas a la moza que no lo vio. Tamborileó los dedos contra el vidrio de la ventana, llamándole la atención. Ella noto su gesto y se acercó hasta su mesa. No se había dado cuenta lo joven que era hasta que la tuvo de nuevo frente a frente.
-¿Me traes un cortado
en jarrito? Ah y ya que estás ¿me vaciás el cenicero? O sabes que mejor, ¿no tenés
uno de vidrio?
- No señor, son los
únicos que tenemos.
-Bueno no te hagas
problema.
-Ya le traigo el
café.
Estos ceniceros dan
lastima, pensó mientras se prendía otro cigarrillo. Son unas miniaturas, 5
puchos y ya están que explotan. Para colmo están hechos de metal y plástico,
dejan olor a pescado muerto y las colillas medio encendidas. ¡Qué vergüenza! Todos los ceniceros tendrían
que ser de vidrio. Tiro las cenizas al piso con el dedo índice y jugó con el
filtro deslizando su pulgar de arriba hacia abajo. Levantó la vista y vió a Maicedo. Llevaba traje gris, corbata
roja y gafas oscuras. El maletín en la mano izquierda y el brillo del reloj
importado de vaya uno a saber que rincón del mundo.
-Perdona por la
espera, che. – dijo Maicedo, acercándose a la mesa.
-Perdón las pelotas
-Se me hizo tarde y
no tenía forma de llegar, vos sabes lo que es el centro. ¿Ya te leíste todos los
diarios?- esbozó una sonrisa. Tenía los dientes más blancos que la porcelana.
Apoyó el maletín en el suelo y se derrumbó sobre la silla.
-No te hagas el
gracioso, sabes que no leo estos pasquines.
La moza interrumpió
la conversación trayendo en la bandeja, sucia y gris, el cenicero y el cortado.
Lo apoyó enfrente de Ledesma y miró a Maicedo.
-¿Un machiatto en
jarrita, puede ser? –dijo Maicedo.
-Ya se lo traigo-
Se alejó al instante
como un fantasma. Los mozos siempre son algo fantasmales, nunca nadie se
acuerda de ellos, aunque esta si que era linda.
-Para cuando decís que
esta el “trabajito”.- dijo Maicedo
-Ah, te gusta ir a
los bifes. Mira vos. ¿Y si ahora te hago esperar yo?
-Entonces no te pago
una mierda y se acabó el tema.
-Mira pelotudo-rompe
dos sobrecitos de azucar y revuelve la taza- Yo soluciono quilombos.-Toma un
sorbo- ¡Vos me llamaste a mí!, Ojo con lo que decís.
-Bueno, bueno. Para
cuando decís entonces.
-Para el fin de
semana
-Pero estamos a lunes,
Ledesma.
-Si ¿y? Vos me
hiciste esperar, ahora te jodes. ¿Trajiste la guita?
-Acá está- patea el
maletín por debajo de la mesa- llamame cuando termines.
-Ok, pagás vos.-dijo
Ledesma mientras se levantaba.
Agarro el maletín y salió
a la avenida. Se subió al auto y encaró rumbo a su casa. Antes de llegar
decidió que iba a almorzar afuera, mejor dejo las compras del super para la
tarde, no quiero ponerme a cocinar antes de ordenar y con el hambre que tengo
me voy a comprar medio supermercado se dijo a si mismo.
Manejo hasta una
cantina cerca de su departamento. La comida siempre era rica y fresca. La única
cagada era que no tenían mesas afuera, por más sugerencias que le hiciese a
Tito. Son temas legales Ledesma, yo pongo la mesa afuera y vienen y me
clausuran el local, y ahí decime ¿quién te va a cocinar entonces? Tenía razón
el viejo. Entró y se sentó en su mesa de siempre, ¿Qué haces Quique? ¿Qué hay
hoy? Dale, tráeme el pastel de papa. Si, Light, como siempre. Y bueno en algo me
tengo que cuidar. Jugó con un escarbadientes pasándolo de mano a mano, paleando
la ansiedad del no poder fumar. Miró la televisión
suspendida en el rincón superior derecho de la cantina. Atlanta-Morón. Esto no
es futbol, pensó. Es una broma de mal gusto. Puro pelotazo, ni dos pases
seguidos. Miralo al dos. Si le ponés una media de cada equipo se caga a patadas
él solo. Gracias quique. Si, estaba riquísimo. Te deje la plata en la mesa, nos
vemos.
Siguió su día según
lo que había planeado. Fue al supermercado. De góndola en góndola llenó el
changuito para toda la semana. Una vez en su departamento ordenó todos los
comestibles de forma puntillosa en la heladera. Se sentó en la mesa de
algarrobo. Se paró en busca de los cigarrillos, abrió la ventana de par en par,
agarró el cenicero y volvió a la mesa.
Le quedaba toda la semana por delante, era lo bueno de trabajar de forma
independiente. Ya había hecho la investigación que Maicedo le había encargado.
Sabía todos los movimientos de su futura víctima. Tenía horarios fijos, vivía
solo, trabajaba solo, frecuentaba los mismos cafés y cada viernes iba a la última
función del cine Atlas, cuando salia tomaba unas copas en el bar de turno y
volvía a su departamento del bajo Belgrano.
La semana transcurrió
como las hojas que caen en otoño y el viernes llegó sin prisa. Estaba
minuciosamente planeado. Asistió a ver “Nada es lo que parece” sin sacarle la
nuca a su perseguido, dos filas por delante de él. Terminó la película y lo
siguió hasta el bar de cabecera. Se sentó en una mesa. Siempre manteniendo la
distancia. Decidió pagarle las bebidas, es lo mínimo que puedo hacer, se dijo.
Llamó al mozo y le dijo que le cobrara todos los tragos que el hombre de
sobretodo negro y pelo canoso de la barra ordenará y que cuando quisiera pagar
se negaran a aceptar su dinero, insistiéndole en que era un regalo de la casa.
Apuró el whisky de un
trago mientras lo observaba. Decidió dejarlo solo por un rato, era un tipo de
rituales, de esos que no dejan un cabo suelto, cuando se sintiera lo
suficientemente borracho como para dormir se iba a ir derechito a la casa.
Salió a la calle. Se
subió al auto y agarro Blanco Encalada hasta Libertador. Esperó protegido por
la oscuridad de la medianoche y los pocos faroles que alumbraban la cortada en
las que el perseguido vivía.
Lo vio llegar y
tanteo el revolver en su cintura. Hizo girar el tambor y se apuró a encararlo
antes de que baje del auto. ¡Eh Benítez! Miro su inexpresiva cara de borracho
mientras bajaba. El tren de carga de la una de la madrugada pasaba detrás de
ellos. ¿Quién es usted? Empuño el revolver con su mano derecha, sintió el frio
del metal en el pulgar y pudo reconocer su latido mientras presionaba el acero
del revolver corto. Maicedo te manda saludos. Un solo disparo en el centro del
pecho quedo amortiguado por el ruido del tren .El cuerpo de Benítez tirado en
la vereda y la sangre haciéndole de alfombra. Encendió un cigarrillo mientras
miraba su reflejo en el suelo ensangrentado. Sintió el gusto de la pólvora en
su boca. Sintió las náuseas de haber quitado otra vida. Sintió el peso del mundo
cayendo sobre sus hombros. Sintió el destino de todos los hombres que había
borrado del mapa. No tuvo el coraje de mirarse en ese espejo de sangre cuando apoyo
la magnum en su sien. El tren apaciguo nuevamente el ruido del disparo.
bonaventura
martes, 23 de julio de 2013
Muss es sein? Ja, es muss sein!
La lluvia caía como una cortina sobre el parabrisas, no me dejaba ver
más que unos metros por delante del camino. Situación complicada si estás en la
ruta. No tenía el lujo del tiempo, el reloj de arena ya se estaba vaciando. Tenía
que encontrar un refugio para pasar la noche antes de que me encuentren. Una
luz en el medio del descampado me hizo de señal. Aminoré la velocidad y me
detuve frente a la puerta. Era una casa antigua, de doble altura, con ventanas
amplias y un jardín enorme que la circundaba. Estaba bastante conservada para
la edad de la construcción. Apagué el motor y me subí el cuello del impermeable
hasta la nuca. Eché a correr hasta llegar a la puerta. Respiré agitado tratando
de recobrar el aire, antes de llamar a la puerta. Como era de esperarse la casa
no tenía timbre. Un león en forma de manija servía de llamador, lo golpee tres
veces y esperé que alguien me abriese. Me atendió un hombre de avanzada edad. Con
cara de recelo me pregunto que necesitaba. Le dije que estaba yendo a la ciudad
pero la lluvia no me dejaba continuar y si podría pasar la noche en su casa.
Con un malestar notable me abrió la puerta y me dijo que me descalzara y me
sacara el impermeable empapado. Le dije que podía pagarle por el hospedaje pero
se rehusó.
-Se lo hago de favor- me dijo-No es una casualidad que venga usted a mi
casa con semejante tormenta. Venga. Pase. Siéntese enfrente del fuego. ¿Quiere
un café?
– Si, por favor.
Me senté en un sillón que daba frente a la chimenea con un fuego
alimentado por leña. La casa estaba sumida en un silencio total, como si alguien
le hubiese bajado el volumen. Apenas se oía el ruido de la lluvia en el
exterior. Volvió con dos tazas de porcelana con café y un jarro de leche. También
trajo dos sándwiches de jamón y queso y me pregunto si deseaba algo más.
Respondí que no, que muchas gracias. El viejo a pesar de mi primera impresión
empezó a mostrarse de mejor humor, se ve que hace bastante no tenía visitas.
-¿Vive solo?-le pregunté.
-Si. Hace 7 años…desde que falleció Elba, mi mujer.
-Perdón, no lo quería incomodar.
-No hay problema, es parte del pasado. ¿A qué se dedica?
-Soy periodista.-afirmé.
El viejo entendió a que clase de periodismo me dedicaba y porque mi
urgencia de salir hacia la ciudad a entregar un informe mientras el cielo se
caía a pedazos.
Una vez que terminamos de comer y se nos acabó el café me prendí un
Paroissien. Le convide uno y lo acepto con gusto. Me propuso jugar una partida
de ajedrez, le dije que estaba falto de práctica, pero igual acepté el reto.
Jugamos al mejor de tres. Para mi sorpresa, la del viejo también, gané la primera
con un jaque mate de caballo, se ve que él tampoco estaba practicando mucho. El
resultado de los siguientes dos juegos fue distinto, me vapuleó en menos de
veinte movimientos en ambas ocasiones.
Me dijo que podía dormir en la segunda habitación después del baño del
piso de arriba. Él estaría en la habitación del final del pasillo. Me entregó
un juego de toallas y se despidió.
Entre en la habitación y me sentí a gusto, era una habitación muy simple.
Simétrica por donde la mirase. Un solo cuadro antiguo de un lago colgaba de la
pared de la puerta. La cama estaba dispuesta en el centro. Una ventana en el
lateral con un doble bastidor y un escritorio de caoba con un vidrio en la superficie
la completaban. Encima del escritorio había un candelabro de bronce. Lo encendí
con la vela que poseía en ese momento y me senté frente al escritorio.
Apenas me senté comencé a pensar en Helena. Cerré los ojos. La vi en su
bata blanca yendo de la cocina al living. Recorriendo con paso seguro y
fantasmal las habitaciones. La imaginé mirando la lluvia caer. Sus rulos
mojados describiendo espirales en su espalda como una secuencia de
Fibonacci. Su cuerpo vencido por la
gravedad. Imaginé su cara redonda, sus ojos verdosos, su nariz respingada y sus
anchos labios. El collar que le regalé para nuestro primer aniversario rodeando
su largo cuello de cisne. Quise escribirle veinte poemas de amor pero estuve
más cerca de lograr una canción desesperada.
Releí el informe. Una vez más me estremeció de pies a cabeza. Ese logro era suyo también, fruto de años de investigación juntos y causal de nuestro divorcio en gran parte.
Recordé la primera vez que me hizo escuchar el cuarteto de cuerdas n.º 16 en Fa mayor de Beethoven y su peculiar anécdota del monedero. Como Beethoven había transformado la comicidad de sus palabras en una verdad metafísica de su vida. *Es muss sein me repetía cada vez que iba a colocar el cuarteto. Con los ojos cerrados y la rabia del mundo en mis manos garabateé en una hoja la frase que tanto me repitió.
Releí el informe. Una vez más me estremeció de pies a cabeza. Ese logro era suyo también, fruto de años de investigación juntos y causal de nuestro divorcio en gran parte.
Recordé la primera vez que me hizo escuchar el cuarteto de cuerdas n.º 16 en Fa mayor de Beethoven y su peculiar anécdota del monedero. Como Beethoven había transformado la comicidad de sus palabras en una verdad metafísica de su vida. *Es muss sein me repetía cada vez que iba a colocar el cuarteto. Con los ojos cerrados y la rabia del mundo en mis manos garabateé en una hoja la frase que tanto me repitió.
La coloque al final del informe y corrí al cuarto del viejo. Toqué a la
puerta y me pidió que pasara. Su habitación no era muy distinta a la mía. Los
muebles estaban distribuidos de la misma forma. Él estaba sentado en un sillón
de frente a mí. Inteligente como un zorro, supuso que iba a necesitar su ayuda
y me esperó despierto. Le conté de cabo a rabo todo lo que había acontecido en
el país hasta ese momento, mi investigación con mi ex esposa, los resultados
que la misma arrojó, el pedido del gobierno para que trabajase en su proyecto y
mi deserción al darme cuenta de la gravedad de la situación. Le cedí el informe
y lo leyó sin sorprenderse. Lo único que le llamo la atención fue la nota del
final.
¿Es usted fanático de Beethoven? – preguntó
-Algo parecido-contesté.
-¿Muss es Sein?- me preguntó arqueando las cejas.
-Es muss sein-respondí.
-¡Es muss sein!-Grito.
Reímos cómplices como dos locos formando un pacto secreto, sentíamos que
estábamos dándole al mundo otra oportunidad.
Sin más, el viejo escondió el informe en un tablero antiguo de ajedrez y
me pregunto a donde debía entregarlo. Le di la descripción de Helena y como
encontrarla. Me informo que iba a esperar un tiempo antes de entregarlo para no
levantar sospechas, lo miré con aceptación y le ofrecí un cigarro más en forma
de recompensa.
Mientras fumábamos advertimos el ruido del motor proveniente del
exterior entremezclándose con la lluvia. El viejo vio por la cortina como los
hombres hacían luces a la casa y volvió a mirarme.
Nos dimos la mano. Bajé las escaleras. Me puse el impermeable y los
zapatos. Abrí la puerta de calle y la cerré de un portazo. Los hombres me miraron
sin sorprenderse. Subí a su auto por la puerta trasera y los miré a ambos. El
que estaba al volante arrancó el motor y me llevó nuevamente a la base, ya no
estaba inquieto.
Sabía que así debía ser.
martes, 16 de julio de 2013
Ese Asunto de la ventana.
I wake up without a destino.If is air, if is water or vino.
Puso el agua en la pava y la pava en el fuego. Preparó
la yerba, la puso en el mate, lo dio vuelta en repetidas ocasiones y lo mojo
con agua tibia antes de ensillarlo. Hizo tiempo fumándose un cigarrillo
mientras el agua llegaba a su punto justo. Pensó en María. Pitada a pitada perdía
la vista en las figuras que hacia el humo, escapándose por la ventana. Pensó en
sus labios y en la peca que tiene en el iris izquierdo. En el lunar que lleva
sobre el labio derecho y en la curva de su nariz. Mientras perdía su mente en
su retrato el agua hirvió; puteó en catalán, cargo el agua al termo, agarró el
libro, apagó la luz y salió al balcón.
Era la primera vez que saldrían los dos solos como
pareja y los nervios le hacían sentir una función de Mayumana en el estómago.
Se había cambiado siete veces. Cada cambio de vestuario la hacía sentir menos
atractiva. En el octavo cambio de ropa pensó que era la luz de la habitación la que no la favorecía. La apago y prendió el
velador. No había caso, ahora si se sentía más fea. Por el décimo intento
encontró, en el fondo del placard, un vestido blanco que compró en Salvador de
Bahía. Era perfecto. Reflejaba la sencillez y la pureza de lo que creía ser. Respiró
tranquila el olor de la tierra mojada que venía de la ventana. Decidió dejarla
abierta. Apagó el velador y miro por última vez la habitación en penumbra,
segura de que no volvería hasta el día siguiente.
La ventana que da a la calle recibe el golpe del viento
y él, de espaldas, en su sillón favorito de cuero, junto a la lámpara de pie,
única fuente de luz en la habitación. Descansa sus pies en lo que alguna vez fue
un taburete para tocar el piano. Su obra favorita de Bach- La Pasión según San
Mateo- suena en el aire llenando cada rincón del departamento. Descansa o cree
hacerlo. Lee enfervorizado cartas viejas, amarillas como papiros, que heredó
después de la muerte de su padre. Imagina a su madre por la forma de escribir.
La imagina en cada metáfora, en cada broma y en cada falta de ortografía. Ve a
esa madre que lo abandonó sin explicaciones y de la que su padre nunca quiso
hablarle. Estas cartas, ocultas de la luz y con el olor que la humedad le da a
las cosas que escondemos, vuelven a relucir luego de tanto tiempo para ponerle
un cierre a esta historia, como el candado de un baúl antiguo. La ventana
recibe el azote del viento, sobresaltándolo y derramando el té sobre las
apiladas cartas que descansan en su regazo. Parece que la caja de pandora ya no
podrá cerrarse.
La luz de la habitación es amarilla y cálida como un
sol de noche. Ella descansa sobre él, rozándole el pecho con sus manos,
acariciándolo dulcemente como un violinista de orquesta tratando de sacar la
nota exacta. Él juega con su pelo, huele a menta y algo parecido a miel, es
dulce pero no empalaga. Los separa de a uno y los recorre como si fueran el
hilo de Ariadna, la salida de su laberinto. Un viento helado los hace tiritar,
ella cierra la ventana, pero no baja la persiana y él la mira paseándose
desnuda, como el pintor ve a su musa.
En el cenicero no entra un alfiler, el mate parece una
pileta de natación de una colonia de verano y el estómago está más cerrado que
el culo de un muñeco. La tele pasa imágenes que no le interesan. Decide hacer
una técnica que fue perfeccionando con el paso del tiempo, se trata de hacer zapping de forma tal que cada canal
pronuncie una silaba o una palabra y se una con la del siguiente canal. En
raras ocasiones se logran frases coherentes como “Pod-emos-hablar un
segundo-antes-de que- te vuelvas a eso” aunque en la mayoría de los casos el
resultado son un sinfín de palabras al azar. La apaga como si le ardiesen los
ojos de verla. Prendé el ultimo cigarrillo y arruga el paquete antes de tirarlo.
Ahora si está completamente a oscuras y de frente a la ventana de su séptimo
piso. Con cada pitada imagina una escena en las luces de las ventanas de los
edificios vecinos y cada vez que el humo sale de su boca cree que las historias
se concretan.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)